El caballete:

Escritura semanal de pequeñas historias por un grupo de personas con mucha imaginación y poco tiempo libre.


3° Ronda: El trabajo del rey

Palabras utilizadas:
Ajedrez, llegada, lluvia


          Fueron varios los presagios que anunciaron al vigía solitario de la torre la llegada de la lluvia. El cielo se había matizado de rojo, siluetas negras de aves graznaban nerviosas en su migración, una brisa fría e impetuosa azotaba los bajos matorrales y aglomeraba nubarrones morados en el este. Unos soldados se habían reunido ante el fuego a comer rodajas de pan, mientras se escuchaba la risa de una vanidosa reina dentro de sus aposentos de seda. Jinetes maldecían el advenimiento de una tormenta, el terreno de guerra empozado los mantendrían zigzagueando en “L” y disminuiría la eficiencia de sus caballos ante el enemigo. El alfil discutía estrategias en tienda de campaña, portando erguido el emblema de su casa: un elefante color marfil, contra una superficie verde brillante y pulcra. Ante él, un rey fastidiado oía sin escuchar sus planes, de todas formas él solo vería las espaldas de su pueblo en cobardía impotente. Sin embargo sobre sus hombros recaía un peso mucho mayor al de una guerra y solo él lo sabía; no solo una victoria o una derrota, su muerte, o la de su eterno enemigo,  desembocaría el peor de los hechos, el peor castigo para su pueblo  y para los otros: desaparecerían. Todo terminaría sumergido en el olvido y su existencia, sus motivos, su individualidad, se volverían polvo. Ese pequeño mundo detendría su girar y se desvanecería, así como lo hacen galaxias enteras en el universo, para dar paso a nuevos mundos, a nuevos pueblos, y a nuevas guerras. Todo emergería de nuevo sin recuerdos, y sin saber el motivo de su conflicto. Por ello este agotado rey, en la parafernalia de una guerra eterna, temía a la victoria tanto como la derrota, así que a veces modificaba los mapas del alfil que se desvivía planificando el ataque  final, o retardaba la movilización de tropas por cualquier parafernalia, a veces daba órdenes contradictorias para generar caos en las filas. Todo esto también lo repetía su ecuánime. Entorpecía o extendía la batalla en un silencioso pacto con su vecino rey. No quedaba nada por qué luchar, solo por seguir existiendo, pero para combatir el agotamiento de tan pesado trabajo, a veces, mientras sus esposas parloteaban de banalidades vacías ellos se reunían en tranquilas tardes a jugar ajedrez.

Escrito por Daya.dmg el 12/mar

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