Camino por aquellas estancias, una tras otra. En cada esquina ignorada había alguien como yo, sobrecogidos, agotados, sin querer continuar en esta eterna procesión. Crucé un par de veces más. A veces, juraba estar en un lugar completamente nuevo, y me contraía en una esperanza nerviosa y renovante, poco después juraba ya haber pasado por allí cientos de veces en la monotonía de mi escape. Había perdido la cuenta de cuantas calles, pasillos, habitaciones, plazas edificaciones había recorrido en este silencioso caminar. Tampoco nunca me hubiera imaginado que cada resquicio estuviera atestado de otros como yo, cada uno en su propia soledad. Soy uno de los pocos antiguos que aún camina, soy de los pocos que aún cree que puede salir, con excepción claro, de algunos de los más nuevos. Sin embargo rápido se desaniman y se dedican a oscurecer una esquina, o a envejecer a un árbol, o ensombrecer sótanos. Vuelvo a cruzar una plaza, giro en un callejón que no recuerdo, sin embargo al observarlo sé que he pasado por allí. Sigo adelante caminando lentamente, entre una pequeña multitud que ahora sale del trabajo y ocupa la acera por la cual circulo. Ellos si tienen prisa. Me detengo y miro hacia arriba suspirando. Se ve un hermoso cielo azul, con algunas nubes engordadas de forma perfecta, repartidos se encontraban anuncios de diversas marcas; a veces me pregunto si ese cielo, tan pintorescamente perfecto será un reflejo del cielo real, o como todo lo que es producido por los hologramas, es seleccionado solo lo que queremos ver. Avanzo una cantidad de tiempo que desconozco, recorrí nuevamente gran parte de este laberinto y ahora me encuentro sentado en un banco del parque, viendo a los humanos pasar, siempre con prisa. Hace mucho que no intento comunicarme con ellos. Hace ya mucho tiempo, si encontraba algún humano que me inspiraba confianza, que sentía que no era como los demás le hablaba. Pero son seres sociales, ya entre ellos no existen secretos, ya no creen en nada; así que los pocos que me respondieron, fueron encerrados por esquizofrenia. Tontos humanos que fuimos. Creamos una fortaleza impenetrable, en el propio corazón de la tierra, lejos de la luz del sol pero nunca pensamos que  sería nuestro propio encierro, el que nos impidiera marcharnos a descansar en paz.

                             

                            escrito el 26/feb                          por: Daya.dmg