No busques las estrellas en el cielo, no. A veces no es necesario que mires en lo alto, porque la noche puede estar tan negra, que te puede cegar.
No busques abrigo bajo el calor del sol, en un día de verano. No te acostumbres a la ilusa y tambaleante idea de que siempre será así de cálido, ya que en cualquier parpadeo, el invierno entrará hasta en tus huesos, en todo tu cuerpo, haciéndote temblar.
No pongas tus esperanzas en el poder del tiempo, porque, así como carcome y difumina las huellas del sufrimiento, también a veces mengua tus deseos de olvidar y tu fuerza de voluntad se ve reducida a continuar en la espera.
No corras estrepitosamente, intentando huir del miedo y el dolor, de los malos sueños, del deja vu certero de que en picada seguirás, deja todo fluir y, si tienes que caer, asegúrate de conocer el trayecto, porque con entereza deberás ascender nuevamente, ser más fuerte.
No pintes tu cielo de azul, porque en su profundo gris te anuncia que, al igual que tú, necesita desahogarse. Llora con él y escúchale, aún en sus estruendos de tormenta. Aprende a escuchar, a sentir, que cuando lo hagas, aclarará, se despejará para ti.
No tomes éstas palabras si de la fantasía deseas aferrarte y, en caso de ser así, aún en las fantasías, recuerda que afuera la realidad te espera, espera dejarte ser...