Suspiró con cansancio. Apagó en el borde de pasamanos el malgastado cigarro y liberó el humo que calmaba sus ansias. Avanzó entonces lentamente hasta donde el gentil caballero le indicaba. La mejor forma de amortiguar el desenfreno y la alarma que le ocasionaba pensar en su inmediato futuro era simplemente no pensar en él, limitar su mente a la simple ejecución del movimiento de su cuerpo, lento y apesadumbrado hacia el deber, donde valor es sinónimo de responsabilidad.

Que oscuro designio colocar frente a él un camino que no quisiere recorrer, que absurdo azar lo aventó a una vida donde dependía de sus debilidades, donde otra vida más simple le habría permitido resguardarse en el escudo de un fracasado sin demasiadas consecuencias. Ahora, las exigencias de su difunto padre y las expectativas de un país empujaban con mano invisible su caminar, sin ver atrás. Aquel camino borrascoso también lo había moldeado, había fortalecido sus fortalezas y debilitado a sus debilidades; tonificado a su espíritu y exiliado a las inseguridades, en fin, el esfuerzo que se exigía de él lo había hecho crecer.

Algo taciturno se detuvo al llegar. Encerrado ya en aquel pequeño recinto, aliviado de no tener la mirada de cuadros difuntos sobre sus hombros. Frente a él, el micrófono, poco más allá, una mirada amiga, que no exigía, que paciente esperaba, que confiaba. Detrás del micrófono; lo esperaba expectante una nación ensombrecida por el advenimiento de la guerra. Debía calmar sus temores y enaltecer su espíritu; para prepararse y avanzar a una lucha inevitable. Respiró hondo, sintió el calor subir a su rostro, no había espacio para el fracaso, y así pronunció la primera palabra que dio inicio a la radiolocución del rey tartamudo George VI que escoltó el inicio de la segunda guerra mundial.

Escrito por Dayadmg, inspirado en la película histórica El discurso del rey (2011)